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¿La terapia visual corrige la dislexia?

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Esta es una de las controversias más reiteradas en torno al tratamiento de la dislexia desde hace décadas.

En esta ocasión pretendo que el propio lector responda a la pregunta inicial tras conocer algunas cuestiones que permiten elaborar una conclusión, más o menos objetiva, respecto a la eficiencia de la terapia visual ante los problemas de aprendizaje.

 

 

Primera cuestión.

 

La típica revisión de la vista que mide la agudeza visual desde lejos no permite detectar ciertas disfuncionalidades que podrían generar problemas de aprendizaje.

Aunque el oftalmólogo descarte ciertas patologías de la visión y certifique una agudeza visual (de lejos) próxima al 100%, el sujeto puede no haber desarrollado correctamente ciertas habilidades relacionadas con la acomodación y el enfoque, la movilidad ocular o la binocularidad, que influirán en su visión de cerca.

Por tanto: una revisión visual completa debería pasar por analizar las habilidades comentadas, aspecto que trata especialmente la optometría comportamental.

 

 

Segunda cuestión.

 

Aunque suene a frase hecha, no existen dos disléxicos iguales. En general, las dificultades de aprendizaje suelen tener un origen muy diverso y, como todos deberíamos saber, para tratar cualquier trastorno, patología o dificultad, lo esencial es identificar el origen del problema para intentar corregirlo o compensarlo.

En este sentido, ¿crees que sería igual de eficaz la terapia visual ante una dislexia de origen fonológico que ante una dislexia de origen perceptivo-visual?

 

 

Tercera cuestión.

 

La terapia visual, por muy recomendable que sea, por sí sola no enseña a leer ni a escribir.

Esto nos lleva a pensar que cualquier sujeto que presente dificultades lectoescritoras puede utilizar la terapia visual como un complemento pero, si estas dificultades ya se han integrado y suponen un desfase significativo respecto a su grupo de aula, deben ser tratadas de manera específica mediante una intervención psicopedagógica.

El optometrista Sebastià Rosselló comentó en el último Congreso de Disfam que en la mayoría de casos la terapia visual no es lo más esencial. Por ello, la terapia visual debe concebirse como un complemento, no como una alternativa de intervención.

 

 

Cuarta cuestión.

 

Resulta clave pensar que si leemos a través de los ojos, la funcionalidad de estos tenga alguna influencia sobre la información que llega y procesa nuestro cerebro.

Así como, que la neurociencia actual no alberga duda alguna ante la creencia de que cualquier inteligencia, capacidad y/o habilidad se puede estimular a lo largo de nuestra vida, gracias a la plasticidad neuronal.

En este sentido, si la capacidad de percibir y procesar la información visual se puede estimular, obteniendo el mejor resultado de nosotros mismos, la terapia visual estaría recomendada prácticamente en cualquier sujeto para desarrollar al máximo su potencial.

 

 

Quinta cuestión.

 

No es lo mismo aprender a leer y a escribir en inglés que en español. La idiosincrasia de cada idioma hace que un tipo de déficit tenga mayor o menor influencia en el aprendizaje.

Por ejemplo, el inglés, al ser un idioma más opaco, requiere una alta capacidad le lectura visual, pues no se pueden aplicar unas reglas de conversión entre sonidos y letras que permitan transcribir y decodificar el lenguaje.

Sin embargo, el español, al ser un idioma más transparente, requiere un correcto desarrollo de la percepción y categorización auditiva de los fonemas, por lo que un déficit fonológico puede generar serias dificultades para aprender a leer y a escribir.

De hecho, en español, la mayoría de sujetos con dificultades lectoescritoras persistentes y severas desde las primeras etapas del aprendizaje lectoescritor, presentan una dislexia fonológica o mixta.

La dislexia visual en español puede pasar desapercibida hasta cursos superiores si el sujeto compensa con un buen desarrollo de otras capacidades, especialmente de la ruta o del componente fonológico.

 

 

Personalmente no creo que la terapia visual corrija la dislexia en el 100% de los casos y, menos aún, que unas gafas con filtros de colores resuelvan las dificultades lectoras de los sujetos con este trastorno.

En este sentido, trabajos como el de Juan C. Ripoll y Gerardo Aguado explican la inexistencia de suficientes evidencias científicas que avalen la eficacia de la terapia visual para tratar la dislexia.

Sin embargo, creo que tampoco debemos descartar la terapia visual como un complemento muy recomendable, especialmente en aquellos casos que tras pasar por un examen visual completo, muestran algún tipo de deficiencia o falta de desarrollo de ciertas habilidades visuales.

Y para concluir, propongo a los DOCENTES que conozcan y se interesen por estos aspectos porque ellos serán los más indicados para observar y detectar ciertos déficits relacionados con la visión.

Todos tendemos a pensar que los demás ven del mismo modo que lo hacemos nosotros, por ello será muy complicado que un niño o niña por sí mismo indique que cree que no ve bien.

“La primera vez que se puso gafas descubrió que las hojas de los árboles eran individuales.” (Robert Sanet).

La próxima entrada de recursos en Diverlexia tratará los signos para detectar un déficit visual comportamental y algunas estrategias prácticas.

 


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